Pocas son las personas que se libran de tener ansiedad en algún momento de su vida. Ni siquiera los profesionales lo hacemos. Esta reacción surge ante una situación que a nuestro cerebro le parece peligrosa (normalmente no lo es, o la magnifica), y lo que procuramos es, como mucho, contenerla.
Así que la primera cosa a tener en cuenta es que nadie, ni yo ni otro profesional, puede garantizarte que NUNCA MÁS tendrás una crisis de ansiedad. El miedo es libre, como suele decirse, y la ansiedad, que es su prima-hermana, también. De manera que nuestro objetivo es manejarla, disminuirla cuando aparece, y sacar una de las lecciones más importantes que se desprenden de ella: que, de manera parecida a las moscas, es tremendamente molesta, pero no peligrosa.
La ansiedad nos engaña con todo un despliegue de medios y síntomas que resultan de lo más inquietante: sensación de ahogo, taquicardia, entumecimiento, hormigueo, subida de calor, náusea, enrojecimiento de la piel... casi cualquier síntoma es posible, incluso lo que se llama despersonalización (no parezco reconocerme) y desrealización (no reconozco mi entorno).
Al ser reacciones tan aparatosas, lo primero que se teme quien lo sufre es si no dejará de respirar, realmente, o si se le parará el corazón, por ejemplo. Y la respuesta contundente es NO. La ansiedad es molesta, pero no es peligrosa, aunque lo parezca.
Por eso, cuando vamos a urgencias, lo que se hace es descartar la causa física de los síntomas en primer lugar y, acto seguido, se nos manda a casa con un ansiolítico, en el mejor de los casos. Ningún médico se la "jugaría" a mandarnos a casa si hubiera algún riesgo o estuviera comprometida la integridad del paciente. Para eso lo primero que se ha hecho es descartar la causa física.
El cuerpo y la mente, que son aliadas, tienes sus mecanismos para llamar nuestra atención sobre lo que consideran importante. En tiempos de híper-alerta como estos, nuestras reacciones son de miedo ante lo importante y lo menor. El cuerpo reacciona a la orden de "por si acaso", pero demasiadas veces nuestra reacción de ansiedad implica haber intentado matar la mosca a cañonazos, cuando no era necesario.
Esto solo podemos comprobarlo dejando que pase la crisis. Siéntate en un sofá a la espera de que pase: es cierto que lo pasarás mal. Échate hacia el respaldo, ponte dos o tres mascarillas sobre la nariz y boca, que te ayudarán, aunque no lo creas, a regular la híper-ventilación y, a partir de ahí, el resto de síntomas irán bajando en intensidad.
La mejor manera de prevenir que surjan otros brotes: bajar el ritmo y el estrés, que están en la base de buena parte de nuestras reacciones de ansiedad, y sobre todo recordarnos que, si apareciera, el mensaje es alto y claro: la ansiedad es molesta, pero no es peligrosa.
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