Una cosa es estar cansado, otra es estar exhausto, y otra bien distinta es estar desbordado, que es lo que significa estar estresado.
Cuando llevábamos un mes de pandemia, la cosa empezó a cansar. Habíamos empleado las últimas semanas en sobrevivir a la novedad brutal de un cambio que se impuso sin preguntar, estuvimos trabajando a destajo, cubriéndonos unos a otros como pudimos, procurando "mantener el tipo" sobretodo frente a aquellos más frágiles, como los ancianos y los niños, pero mirando con estupor cómo aquello, no solamente no pasaba, sino que se complicaba. Cansancio.
Después de varios meses, casi un año ya, de esta situación aún descontrolada, lo que tenemos no es solo cansancio. Esto va mucho más allá. Nuestro sueño está alterado, nuestro ánimo también, la situación fuera sigue fuera de control y, a veces, ni siquiera tenemos muy claro que la interna la controlemos tampoco. El mundo no ha parado de girar, nuestros trabajos, familias, preocupaciones... siguen adelante, y lo hacen sin tregua, pero además con mucha dificultad. Desgaste. Agotamiento. Estamos exhaustos.
Ahora bien, lo que se percibe en muchas personas supera con creces estos dos estados previos. Es más que el cansancio que se resuelve durmiendo, o más que el agotamiento que se resuelve con tiempo de reposo y un buen autocuidado. El estrés es desbordamiento, y sucede cuando no nos salen las cuentas entre lo que la situación que tenemos delante parece demandar y lo que realmente tenemos en nuestras manos para poder manejarla.
Así las cosas, quizá la realidad sorprendente para muchos es que estamos estresados, aunque no cumplamos el prototipo del ejecutivo adicto al trabajo con el que muchas veces hemos asociado ese concepto.
La primera pregunta, entonces, es obligada: ¿Estás cansado, exhausto, o estresado?
Quizá es el paso inicial para tomar las medidas más oportunas... y luego vendrá el resto.
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