Si algo le crea a las personas ansiedad es su gestión del tiempo. No solo por cuestiones de estrés, que terminan trayendo angustia, sino porque nos sentimos perseguidos por el pasado, agobiados en el presente y preocupados por el futuro.
Del pasado uno no puede desprenderse. Ni debe.
Se aprende del pasado para no volver a repetir errores, y cuando queremos olvidarlo, no solo la mente no nos lo permite, sino que sufrimos la frustración constante de ver que no se puede.
Lo que vivimos también nos protege de peligros. Nos aparta de personas que pueden ser nocivas en este momento para nosotros, y nos pone sobre aviso.
Darle demasiado peso al pasado no nos ayudará, pero ignorarlo menos aún. En el equilibrio, entonces, está la virtud, como siempre:
analicémoslo con detenimiento,
saquemos las conclusiones pertinentes al elaborarlo,
no volvamos sobre lo que ya se abordó, sino quedémonos con aquellas conclusiones y prosigamos.
El resto, es rebozarnos en nuestro propio fango.
Con las conclusiones estaremos evitando cometer los mismos errores, nos protegeremos de peligros, pero a la vez no nos estaremos exponiendo una y otra vez a los hechos, que es de lo más desgastante que tiene mirar al pasado.
Evita también, por cierto, ese tipo de pensamiento que da vueltas sobre lo que pudo ser y no fue. Pocas cosas son tan tóxicas para nuestra mente cansada como procurar cambiar un pasado que está, siempre y por definición, fuera de nuestro alcance.
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