Existe un dicho popular que dice que "El tiempo lo cura todo".
Sin embargo, aun entendiendo a qué se refiere esta frase, esta no es toda la verdad, y es especialmente importante que examinemos bien esta cuestión, más en épocas de tanto sufrimiento como esta que vivimos.
Imaginemos, Dios no lo quiera, que recibiéramos un diagnóstico de una enfermedad grave. A ninguno de nosotros se nos ocurriría, desde el sentido común, emplear esa idea de que el tiempo lo cura todo para esa situación. Más bien al contrario, no tardaríamos mucho en acudir al médico o profesional pertinente para ponernos manos a la obra y hacer lo que hay que hacer: abordar el asunto, tratarlo, medicarlo, operarlo, o lo que corresponda.
Vayámonos a una situación menos trágica. Un niño se hace una herida en un parque. ¿El tiempo lo cura todo, o le lavamos y desinfectamos la herida? Esperemos que lo segundo.
Me pregunto entonces por qué, en el plano de lo psicológico, muchas veces no somos capaces de ver que, ante lo que nos duele, no podemos pasar de largo, o ignorarlo. Mirar para otro lado, correr un "tupido velo" sobre los duelos mientras se van acumulando, repetir este tipo de frases como si fuera un mantra, no nos ayudará a continuar adelante. Quizá hayamos pospuesto levemente el momento del dolor pero, desde luego, no habremos curado la herida.
La alternativa es sencilla, pero duele. Eso sí, menos de lo que dolerá tener que intervenir en una herida infectada, o en un proceso que se ha complicado innecesariamente.
El tiempo solo cura una herida si la has desinfectado antes. A partir de ahí, sin duda, el tiempo es vital. Permite que los medicamentos hagan efecto, que las cicatrices empiecen a aparecer, que la vida siga, en definitiva. Pero no nos engañemos: por sí mismo el tiempo no solo no cura nada, sino que enquista y destruye.
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