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Foto del escritorLIDIA MARTÍN - PSICÓLOGA

¿Puede un cristiano sufrir depresión?


¿Puede un cristiano sufrir depresión?
¿Puede un cristiano sufrir depresión?

Seguro que, si eres cristiano y te preocupa la salud mental, te has hecho esta pregunta más de una vez. También habrás escuchado diferentes posiciones al respecto:

  • oscilan entre el “¡No, de ninguna manera, porque eso sería una falta de fe!”

  • al “¡Por supuesto, porque somos humanos aunque seamos cristianos!”

 

Igual recuerdas, como yo, una cancioncilla que se cantaba en la iglesia cuando era niña y que decía “No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo”. Con aquella edad nunca le presté demasiada atención a la letra pero, conforme fui creciendo, y más aún cuando empecé a dedicarme a la psicología, dos cuestiones me golpeaban como una bofetada sobre ese mensaje:

1.  La experiencia nos dice todo lo contrario a lo que cuenta la canción (es decir, que hay hombres y mujeres de Dios profundamente anclados a la fe y que luchan con tristeza en muchos momentos de su vida).

2. El propio mensaje bíblico nos muestra múltiples situaciones en que la tristeza muy profunda, incluso el deseo de morir o desaparecer, puede ser una realidad en el creyente. No hay sino que pensar en personas como Moisés (con lo que se parece bastante a una depresión por agotamiento), Elías, Jeremías o Jonás, deseando incluso la muerte.

 

¿Eran personas a quienes les fallaba la fe y por eso sucumbían a la tristeza? Me temo que vamos a tener que ir bastante más lejos que eso en nuestras interpretaciones.

 

Superficialidad no, gracias.

 

  • ¿Cómo encajan todas estas cuestiones para quien se toma en serio su fe?

  • ¿Será que la canción nos mintió repetidamente y llegamos a creer esa idea por exceso de repetición y falta de reflexión?

  • ¿Puede ser que hayamos aceptado esa teología como bíblica cuando no tiene nada que ver con ella?

  • ¿Quizá no hemos entendido verdaderamente el papel de las emociones en nuestra vida como cristianos, y cuando llega el momento difícil no sabemos muy bien qué hacer con él para ser, a la vez, fieles al Señor?

  • ¿Cómo tomar posición sobre este asunto y otros en salud mental, cuando este sigue siendo un tema tabú en las iglesias?

 

Siempre he pensado que la vida se mueve en grises, y más en los temas difíciles. No podemos ser simplones, así que no es cuestión de sí o no, blanco o negro, de si se puede o no se puede tener depresión siendo cristianos, sino de grises, ¡muchos grises!


Así que, ¿qué te parece si, en vez de dogmatizar e híper simplificar, hablamos con propiedad y aterrizamos un poco todo esto? Porque tenemos tendencia a mezclarlo todo, y eso nunca ayudó a nadie, ni deprimido ni en su mejor ánimo tampoco.

 

Tristeza no es depresión.

 

Haremos bien en empezar distinguiendo lo que es una tristeza normal, incluso cuando es muy intensa, de un cuadro depresivo. Esta me parece, además, una magnífica oportunidad para declarar sin tapujos ni más tardanza que lo que aquella canción –bienintencionada, sin duda– repetía una y otra vez, era completamente falso, y explicaremos por qué.

 

De entre el magnífico abanico de emociones que Dios nos ha regalado (y véase que lo llamo así, regalo), la tristeza es una de ellas. Forma parte de lo que llamaríamos las emociones básicas, entre las que se encuentran también la alegría, el miedo o el enfado, por ejemplo, y cada una tiene su momento y lugar, cumpliendo una función tremendamente importante.

 

Esta en particular nos habla de algo que no nos agrada y querríamos que fuera diferente. ¡Así de sencillo! Haremos bien, en general, en sopesar de qué se trata y procurar dar respuestas coherentes al dilema que plantea, pero cometemos frecuentemente dos grandes errores al respecto:

  • ignorarla, por ver si se nos pasa “y ya está” (desatendiendo el mensaje, porque nos parece demasiado difícil),

  • o usarla como si fuera una brújula que nos marca el norte y dejándonos llevar por ella. ¡Craso error, porque ahí dejamos que nos gobierne y se convierta en mucho más!

 

Cualquiera de estas acciones puede terminar, con frecuencia, en complicaciones depresivas, por diferentes razones:

  • Cuando ignoramos las emociones no estamos atendiendo o considerando siquiera las razones por las que aparecen, y mucho menos tomando decisiones al respecto. Lo que las origina sigue ahí, alimentándolas, y como avisadores eficaces que son, cuando no las atendemos y elaboramos convenientemente, se encargan de que las oigamos bien... ¡subiendo el volumen a máxima potencia, si hace falta! Cuando la tristeza te habla a gritos y anula casi todo lo demás, eso tiene bastante pinta de depresión, y lo engulle todo.

  • Cuando, por otro lado, usamos las emociones como directoras de nuestra vida, generalmente las complicaciones tampoco tardan en aparecer. Hacemos lo que la tristeza nos dice que nos apetece y lo que nos pide el cuerpo (casi siempre, no hacer nada), aplicamos la ley del mínimo esfuerzo ante la falta de energía que las acompaña, y normalmente empeoramos el cuadro. Parece lo esperable cuando, pensando que era el norte, nos dejamos llevar por donde el corazón nos indicaba: aislamiento, apatía, inactividad, evitación del malestar, y otros “cánceres” para el estado de ánimo. Pero ese no puede ser el destino que buscamos. Allí solo hay oscuridad, también para los cristianos.


¿Puede un cristiano sufrir depresión?

 

Estar triste, incluso muy profundamente, no significa tener depresión.
Estar triste, incluso muy profundamente, no significa tener depresión.

Lo primero que debiera llamarnos la atención como cristianos es que, a poco que leamos los evangelios, vemos a Jesús sintiendo tristeza –entre otras emociones– y expresándola libremente, pero sin pecado. Momentos como la muerte de Lázaro (Juan 11:1-44), la contemplación de la tan perdida Jerusalén (Mateo 23:37-39), o los momentos previos a la cruz (Mateo 26:36-39) no eran para menos. ¡No podría suceder de otra forma siendo Él completamente humano, además de completamente Dios! Funcionaba emocionalmente como una máquina perfectamente engrasada según la sensibilidad de Dios, y eso nos muestra muchas cosas interesantes, corrigiendo muchos de nuestros errores de concepto sobre todo esto.

 

¡Su tristeza no significa que Jesús estuviera deprimido, ni mucho menos! Esto nos lleva a una primera consideración importante:

 

Estar triste, incluso muy profundamente, no significa tener depresión.

Tienen que pasar otras muchas cosas para que eso sea así.

Ya nos lo dice la psicología, pero en cierto sentido, el texto bíblico también.

 

Hay mucho escrito sobre qué es una depresión clínica en muchos otros artículos que circulan por la red, y no me quiero limitar a repetir lo que se puede leer en otros muchos lugares, pero sí quiero ir a la raíz del asunto, y es ese problema grave, profundo y desconocido que tenemos los cristianos con el germen de toda depresión, que es la tristeza desatendida y malentendida. Si aprendiéramos a manejar esta de otra manera, seguramente padeceríamos bastante menos de ese mal de proporciones mucho más grandes que es la depresión como trastorno.

 

A veces toca estar triste, hay clarísimas razones para estarlo en ocasiones, y cuando no sucede estando justificado, es que algo raro pasa en nosotros.


  • ¿Te imaginas perder a un ser querido, tu trabajo o tu matrimonio, y no experimentar tristeza?

  • ¿Qué estaría sucediendo dentro de ti si esas reacciones no aparecieran?

  • ¿No tendría esto que ver con aspectos más que negativos, como la indolencia, la irresponsabilidad o la falta de afecto natural?

  • ¿Qué haría Jesús en esas situaciones?

  • ¿Cómo se dirigiría a aquellos que, igual que nacen con dolencias de estómago o problemáticas físicas varias, parten en su biología de desequilibrios químicos cerebrales que les hacen luchar permanentemente con su estado de ánimo?

  • ¿Habría gracia y comprensión para ellos o, por el contrario, juicio y desánimo añadido, que es hacia lo que nos inclinamos más los humanos?

  • ¿Puede un cristiano sufrir depresión?

 

La tristeza de Jesús

 

Que la Biblia nos hable de las expresiones emocionales de Jesús me parece un acto de misericordia increíble para nosotros como cristianos, y esto debería marcar radicalmente no solo como nos relacionamos con nuestros sentimientos, o cómo los expresamos, sino la forma en la que nos tratamos unos a otros y el mensaje que predicamos al mundo.

 

La acción de Dios en nosotros tiene que ver, en primer lugar, en darnos un corazón de carne y no de piedra (Ezequiel 36:26), que sea sensible ante lo que Él lo es, y eso nos lleva a mirar a Jesús como máximo ejemplo. Esto no solo aplica a las cuestiones puramente espirituales, como solemos entenderlas, sino a todo lo que somos (con emociones incluidas). Su transformación en nosotros es integral. Una vida alejada de Dios compromete el afecto natural y una emocionalidad sana, y eso también viene a ser restaurado por el evangelio de Jesucristo.

 

No soy especialmente fan de preguntarme “¿Qué haría Jesús?” en cada situación (porque honestamente no lo sé, aunque tenga ciertas sospechas), pero creo que esa pregunta a veces ayuda, y al mirar en algunos relatos bíblicos en que Jesús expresa sus emociones, –y particularmente su tristeza–, la cuestión es pertinente.

 

Ante la tumba de su amigo Lázaro, y viendo los demás cómo lloraba y expresaba sus sentimientos al respecto (Juan 11), solo pudieron decir “Mirad cómo le amaba”. ¡Lo contrario sería insostenible desde una mente “bien amueblada”! ¡Él era sensible! Lo que tocaba, porque la muerte es siempre una tragedia aunque se aproximara la resucitación de su amigo, era estar triste, y muy profundamente, además.

  • ¿Nos atreveríamos a cantar la cancioncilla de la que hablábamos antes en presencia de Jesús para reconvenirle? Me temo que no, o al menos no sin sonrojarnos, aunque fuera un poquito. (¿No es en su presencia donde estamos siempre, por cierto?)

  • ¿Le diríamos –como nos decimos entre nosotros a veces– que si está triste es porque le falta fe y que tiene que orar más? Sospecho que tampoco, por las mismas razones.

 

Todo esto obliga a una reflexión, ¿no crees? Igual hace falta que empecemos a hacer un análisis más exhaustivo del tipo de consideraciones que hacemos sobre las cosas, sobre todo por las cargas que ponemos en los hombros de otros, cuando el Señor mismo no las pone.

 

¿Y qué decir de Jesús ante aquellos a los que veía compasivamente, como ovejas que no tenían pastor (Mateo 6:36), o frente a Jerusalén, cuando habían tenido al Hijo de Dios delante de ellos, conviviendo, sanando, haciendo milagros, y sin embargo seguían desconociéndolo por completo, teniendo ojos y no viendo, oídos y no escuchando? ¡Cuánto dolor habría en su corazón al saber que se acercaba el final de Su misión, y que a lo suyo venía, pero los suyos seguían sin recibirle! Fueron varios los momentos en que la mezcla de enojo y tristeza por la dureza del corazón humano se hicieron patentes y el evangelio los recoge (Mateo 3:5), también para que lo consideremos con cuidado.

 

Piensa de nuevo en Jerusalén: el castigo que se avecinaba sobre aquel lugar y sus gentes era imparable, los que le recibían hoy con palmas, en breve le estarían entregando a la cruz. Querría tenerles, cual gallina, bajo sus alas, y cuidarles como una madre a sus hijos... pero no había en el corazón de ellos lugar para Él, como sucedió en su mismo nacimiento.  Su faceta emocional, que lo tenía y bien desarrollada, además, expresaba lo que sucedía fuera y dentro de sí, como ser sensible que era, e íntimamente ligado al Padre como estaba.

 

¿Qué pensamos de la escena de Getsemaní, en que Él mismo les cuenta a sus discípulos que su alma está “muy triste, hasta la muerte”? ¿Estaba, acaso, escaso de fe en aquellos momentos, o es que la situación era tremendamente difícíl? ¿Podemos ser más cortos de vista que esto, cuando reducimos la experiencia de victoria del evangelio a estar contentos y felices todo el tiempo?

 

Jesús tuvo, como hombre con una personalidad perfectamente sana y absolutamente integrada, momentos de todo tipo, con emociones negativas incluidas, que hablaban del momento particular que vivía y que nos muestran lo que significa verdaderamente estar conectados con el mundo alrededor. No somos del mundo, pero estamos en él, y lo que sucede nos afecta, porque somos normales... o deberíamos.

 

El significado de mi tristeza como cristiano.


¿Qué significa mi tristeza como cristiano?
¿Qué significa mi tristeza como cristiano?

Lo que diferenciaba la vivencia emocional de Jesús de la nuestra no es la ausencia o presencia de tristeza (que estaba más que justificada y ya hemos visto que se mostraba palpable, además), sino la ausencia de pecado cuando esta tenía lugar.

 

Esa era la clave: sus emociones, que forman tanto parte de su esencia como de la nuestra, y reflejaban la de Dios mismo, estaban alineadas con los propósitos del Padre y de la misión que venía a cumplir. A nosotros esto nos falla constantemente.

 

Como lo plantearía el apóstol Pablo en otras palabras (2 Corintios 7:5-12)

  • hay tristeza que es para vida, según Dios,

  • y otra que es para muerte, y esa es de la que debemos huir, porque responde a lo torcido de nuestro corazón (y tendremos ocasión de hablar más de eso en otra entrada del blog, seguramente).

 

Las emociones de Jesús respondían al diseño divino para ellas, y nos muestran aspectos que, aunque nos pueden parecer muy obvios, créeme que no tenemos tan claros dentro del cristianismo. De ahí las cargas que nos ponemos y que se manifiestan, por ejemplo y sin ir más lejos, en esas frases “épicas” que soltamos en los tanatorios, justo cuando menos se necesitan. Son primas hermanas de “No puede estar triste un corazón que tiene a Cristo”, por muy bienintencionadas que sean, y están igual de alejadas del evangelio, aunque contengan en sí mismas una parte de su verdad.


Cuando una expresión tiene aunque sea una mínima parte de distorsión o mentira, eso convierte la aseveración en falsa. De ahí que, en vez de liberar y sanar, traiga dolor y más sufrimiento.

 

Se buscan cristianos normales

 

¡Y no me refiero a amoldados al mundo actual, sino que no renuncian al diseño psicológico natural que Dios estableció para ellos, con emociones incluidas!


¿No has tenido alguna vez cierta sensación de que algunas personas confunden la nueva naturaleza en Cristo con convertirnos en cualquier cosa menos en personas normales? De hecho, el mundo nos suele ver como bichos raros, y no precisamente por lo que debería (es decir, por vivir de manera contracultural y según el evangelio en lo que toca hacerlo), sino porque confundimos vivir en victoria con un triunfalismo que nadie cabal puede comprar, porque suena a moto vieja. Me explicaré con más detalle.

 

El evangelio de Cristo es increíble, maravilloso e inigualable, y nos hace criaturas nuevas pero no bichos raros. El mundo nos puede ver así, pero el problema es que ni entre los propios cristianos tienen tanto sentido las cosas que hacemos emocionalmente y cómo las argumentamos bíblicamente.


El evangelio de Jesús tiene un componente de “Sí, pero todavía no” que hace que, aunque tenemos toda herencia espiritual en Cristo Jesús, como dice Pablo en Efesios (1:3), aquí “todavía nos duelen las piernas”, por expresarlo de manera sencilla.

  • Las terminaciones nerviosas de los cristianos no son distintas que las de los demás,

  • ni nos duelen menos las pérdidas,

  • ni se nos llama a que todo nos dé igual como testimonio hacia fuera.


Eso es anormal desde todo punto de vista, y no responde el ejemplo de Cristo.

 

Sentir al estilo de Jesús


La diferencia es que, cuando todas esas cosas nos suceden como seguidores de Jesús, cuando estamos tristes porque es lo que toca, podemos acudir a Él, que padeció en todo pero sin pecado, y que sin embargo venció a lo que nos atormenta aún, porque Dios sigue haciendo su obra en el mundo y en nosotros.

 

Él es nuestra esperanza y tenemos al gran Consolador que es el Espíritu, pero como seguidores de Jesús, además, el sufrimiento está prácticamente garantizado. ¡Que no nos vendan otra cosa, ni fuera ni dentro de la iglesia, porque eso contradice el mensaje bíblico en su totalidad, desde Génesis a Apocalipsis! Sufrimos por lo que viene en el pack de ser humanos, por supuesto, pero también y especialmente por el de ser cristianos, como Cristo mismo. Somos participantes de sus padecimientos, y eso conlleva tristezas pero gozo a la vez, paradójicamente. Es un privilegio doloroso, y no se trata de ser masoquistas. Hasta el propio Jesús rogó que, si era posible, pasara de Él aquella copa. No confundamos los términos.

 

Lo que se nos pide, entonces, ante nuestras situaciones de dolor y pérdida, es que no nos entristezcamos de cualquier manera, como los que no tienen esperanza, sino de una forma que refleje que sí la tenemos. Esa es para mí la manera más clara de explicar el gozo del creyente en medio de la dificultad: que pase lo que pase, el cristiano siempre tiene mucho que celebrar en Cristo, y eso remueve nuestro corazón, trayendo alivio y paz sobrenatural que sobrepasa todo entendimiento en medio de las tristezas.

 

Esta emoción bien orientada, a diferencia de la que genera problemas serios, es una que no nos gobierna, y una que nos puede hacer ver nuestra pequeñez y cuánto necesitamos al Señor. El bajo estado de ánimo es un interesante indicador de cómo la persona reacciona ante su entorno, ya sea porque fuera suceda algo que se interprete como negativo o porque dentro esté bullendo alguna clase de pensamiento que mueva al individuo a sentir su ánimo decaer.


Los episodios que hemos mencionado sobre Jesús y la tristeza tienen ese elemento en común:

  • el sentimiento estaba,

  • era expresado en vulnerabilidad,

  • pero no gobernaba al Maestro,

  • sino que era una oportunidad de oro para traerlo en oración delante del Padre

  • y someter su propia voluntad a la de Él.

 

Si hiciéramos esto cada vez que nuestro ánimo desfallece, no habría ningún problema. Las complicaciones vienen cuando el sentimiento manda, y dejamos que en vez de aportar información como asistente, tome el control del vehículo en pleno viaje con curvas, olvidándonos de hacia dónde vamos y Quién controla verdaderamente el trayecto.

 

La cuestión será, entonces, diferenciar frente a qué estamos en cada momento:

  • si ante una tristeza alineada con Dios, razonable y que Él llamaría “buena”, porque nos acerca más a Él en dependencia y sujeción,

  • o ante otro tipo de sentimiento, el que surge por nuestras propias expectativas, decisiones incorrectas, decepciones con Dios, incluso, que manifiestan algo bien diferente. Esa es la tristeza para muerte de la que habla Pablo, que nos aleja de Él en vez de acercarnos, y será el tema, de hecho, de nuestra próxima entrada del blog.

 


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